Tras el fallecimiento de mi madre, sentí la necesidad de detenerme y mirar hacia dentro. Empecé a hacerme preguntas profundas y a observar mi situación personal desde diferentes planos: físico, mental, emocional y espiritual. Fue entonces cuando tomé una decisión valiente: dejar mi trabajo estable en el sector bancario y centrarme en lo más importante para mí en ese momento: mi bienestar y el de mi familia —mi marido y nuestros tres hijos.
En casa vivíamos situaciones de conflicto casi a diario. Esa realidad me impulsó a formarme en distintas disciplinas que me ayudaron, no solo a mí, sino también a mi familia, a comprendernos mejor, a comunicarnos con más respeto y a convivir de forma más armoniosa.
En ese proceso descubrí la Mediación Familiar, una profesión que me apasiona profundamente. A diferencia de la terapia, la mediación ofrece una metodología práctica y colaborativa que facilita la comunicación, la gestión emocional y la búsqueda conjunta de soluciones. Permite que las personas implicadas en un conflicto desarrollen una nueva mirada sobre lo que les ocurre y encuentren caminos que beneficien a todos.
Hoy acompaño a familias a mejorar su calidad de vida a través del diálogo, la empatía y el entendimiento mutuo.